DUELO
Por: Katty Martinez Rodas
Mi papá murió a los 59 años y un mes exactamente, un 4 de marzo. Sufrió mucho por las complicaciones de su diabetes, es decir, cuando por fin dio su último aliento se liberó del yugo que suponía para él no poder valerse por sí mismo, más teniendo en cuenta que él siempre fue muy independiente y nómada. Nunca estaba quieto, nunca se quedaba mucho en un solo lugar, se aburría, siempre partía en búsqueda de más clientes, de más negocios, era imparable. Hasta que enfermó.
Papá pasó poco más de un año en idas y venidas al hospital, en emergencias, esperando su turno en laboratorio, esperando que haya adicional, renegando de su suerte, renegando del sistema de salud cada vez más lejano, más injusto, más cómplice de su lenta agonía.
Una semana después que falleció me llamaron del seguro, por fin había cupo para uno de sus exámenes, y me ordenaban (porque no eran siquiera empáticos o amables con los familiares de los pacientes) que vaya con el DNI de mi papá para confirmar la cita. Literal dejan que los pacientes mueran en la espera de alcanzar un cupo para un examen que quizás le hubiera dado una mejor calidad de vida.
Las escenas que más recuerdo en mis idas y venidas es la desesperación de los familiares por tratar de salvar a sus parientes y/o seres queridos, cómo no entendían la interminable retahíla de procesos, papeles y demás burocracia para atender a los enfermos por emergencia, cómo es que si no “te ponías fuerte” mandaban a tu ser querido a casa y regrese a una hora más conveniente, programada, como si la muerte y la enfermedad tuvieran horario.
Sé que el país pasa por una crisis política y ética, sé que cada día hay más feminicidios e impunidad, y que hoy muchas mujeres organizadas lanzan su voz de protesta, sin embargo, hay familias a las que no les importa mucho eso, aún no salimos del asombro de ser huérfanos, de maldecir al Estado por su ineficacia, aún lloramos viendo a extraños que se parecen a los nuestros que ya no están o simplemente tratamos de mantener a raya el terror de vivir en un mundo sin ellos, como yo sin papá. Sufrimos un Estado que nos deja en un perenne duelo.