El 2 de octubre en México
El 2 de octubre en México
Por: Israel Jurado Zapata[1]
El año de 1968 a nivel mundial representa un punto de inflexión en la historia moderna, sobre todo para los movimientos estudiantiles y la participación de las juventudes (por ejemplo, en lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y los movimientos pacifistas y antiimperialistas) en los países donde el fenómeno activista cobró gran relevancia. En México estuvo marcado por diversos eventos sociales y políticos, como la reactivación de los movimientos: obrero, sindicalista, ferrocarrilero y magisterial, y hasta por la celebración XIX de los Juegos Olímpicos. Pero nada podrá borrar de la memoria colectiva los fatídicos hechos ocurridos del día 2 de octubre de ese año, cuando el Estado represor dirigido por la infame figura de Gustavo Díaz Ordás (apodado la “changa” por la ciudadanía) durante el periodo 1964-1970, completamente sometido a los designios del gobierno de EE.UU. y su Plan Condor para vigilar América Latina y contener el florecimiento del comunismo internacional, perpetró una de las matanzas de civiles más ignominiosas de la historia moderna del país.
En ese año el movimiento estudiantil reclamaba libertad de expresión, libertad a los presos políticos, derogación de los artículos del Código Penal Federal que criminalizaban la protesta e instituían el delito de disolución social, desaparición del cuerpo de granaderos (principal instrumento de represión en la capital del país), destitución de jefes policiacos relacionados con los actos de represión desde que inició el movimiento, y otras demandas legítimas de una sociedad cansada de los abusos de poder de una clase política anquilosada en el corrompido Partido Revolucionario Institucional, y de un modelo económico ya en crisis.
La crítica al modelo político-económico y los reclamos por los primeros hechos de represión del año contra los estudiantes de la Escuela Vocacional del Instituto Politécnico Nacional, y contra la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM, derivaron en mayor represión y la indiferencia de las autoridades capitalinas. Era un momento de quiebre entre la visión tradicional y conservadora de la sociedad y el “orden público”, y las nuevas generaciones formadas cultural e intelectualmente en el contexto de la guerra de Vietnam y la represión generalizada hacia los movimientos sociales. Esto les permitió construir nuevas narrativas contrahegemónicas y diversas expresiones de cultura popular para continuar con la protesta y los procesos de toma de conciencia colectiva (Gaceta UNAM, s/f). Para el 30 de julio de 1968 el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra, ya había izado la bandera nacional a media asta en Rectoría, tras la represión a las movilizaciones estudiantiles y la ocupación de recintos académicos por parte del ejército mexicano. Frente a ello, para el mes de agosto se lograron movilizar decenas de miles de estudiantes por la capital en diversas marchas multitudinarias (Jurado y Ramírez, 2025).
La represión y matanza del día 2 de octubre perpetrada en la llamada “Plaza de las tres culturas” en Tlatelolco (parte del centro histórico de la Ciudad de México), se desplegó durante una nueva concentración estudiantil que demandaba el cumplimiento del pliego petitorio elaborado por el Consejo Nacional de Huelga, y contó con la participación del escuadrón “Olimpia” –entrenado especialmente por el gobierno para acciones de contrainsurgencia– y del propio ejército, así como con la complicidad de las autoridades del entonces Departamento del Distrito Federal y de los medios de comunicación masiva, que encubrieron los hechos. Cientos de estudiantes fueron masacrados o desaparecidos, y esto sólo sería el principio de la nueva estrategia interna de persecución y represión contra la disidencia política y la lucha social, que sería conocida posteriormente como “guerra sucia”, donde morirían miles de personas más en el medio rural y el urbano, incluyendo una nueva matanza de estudiantes en 1971, el “halconazo” en la capital de la república, además de decenas de hechos de represión estudiantil en otras entidades del país.
Por estas y otras tantas razones, la sociedad civil en su conjunto conmemora la masacre del 2 de octubre de 1968 como una afrenta al pueblo de México, para preservar la memoria, alimentar la esperanza de que “no se repita”, y mantener una posición crítica frente a las injusticias del sistema capitalista y el gobierno que ha sido su instrumento. También puede considerarse como emblema del activismo estudiantil que ha permitido a los jóvenes y a otros sectores sociales organizados, mantener un trabajo constante de reflexión y movilización que se suma a los históricos reclamos de las clases trabajadoras, aún en tiempos de los llamados gobiernos progresistas (Andrés M. López Obrador, 2018-2024, y lo que va del de Claudia Sheinbaum), que no logran (o no están dispuestos a) transformar el sistema de explotación, y sólo han implementado medidas paliativas de las injusticias históricas.
Aquí es donde las movilizaciones populares de cada 2 de octubre adquieren nuevos significados, suman una serie de resonancias que no sólo incluyen las históricas luchas y demandas estudiantiles (por ejemplo, en defensa de una educación gratuita), sino que, también, reclamos a todo el sistema político y económico por las permanentes crisis y la inseguridad pública que vienen azotando al país prácticamente desde la implementación de las políticas neoliberales hace 40 años, y que, particularmente en lo que va del siglo XXI, se han profundizado en una suerte de violencias estructurales, desbordadas por una igual de alarmante corrupción de las autoridades del Estado en sus tres niveles de gobierno; reto contra el que la llamada “cuarta transformación” del país no ha podido cosechar buenos resultados hasta el momento. Por ello, el descontento social adquiere matices que le llevan a diferentes formas de expresión que merecen su propio análisis.
Más allá de estos sentires legítimos ante la grave situación del país, heredada de los gobiernos y las políticas neoliberales y de la influencia de EE.UU. sobre la región; está la acción política de las nuevas derechas, neofascistas, autoritarias y antidemocráticas que, como lo ha señalado Pablo Stefanoni (2021), no sólo buscan apoderarse de la “rebeldía”, sino despojar de su sentido crítico, simbolismo y mensaje político a las legítimas manifestaciones populares históricamente organizadas (como la marcha del 2 de octubre), así como despolitizar a la sociedad y a las juventudes particularmente. Dicha acción se viene a sumar a un clima de zozobra que en México busca paralizar la acción política de los sectores sociales subalternos, la participación de la sociedad civil y los procesos individuales y colectivos de toma de conciencia.
Así, como ha venido sucediendo durante las últimas dos décadas, el poderoso mensaje político e histórico de las movilizaciones anuales del 2 de octubre, se vio distorsionado en esta edición del año 2025; en que, como todos los años, se volvieron a organizar concentraciones de colectivos estudiantiles en diferentes puntos de la Ciudad de México para emprender la marcha conmemorativa. Sin embargo, grupos de choque integrados en gran medida por jóvenes, se sumaron nuevamente a la marcha con el objetivo de emprender actos violentos con el fin de desprestigiar al movimiento estudiantil, despojar de simbolismo a la conmemoración frente a los ojos de la opinión pública y atemorizar a las juventudes para evitar su participación política, entre otros motivos relacionados principalmente con los intereses del poder político y económico conservador y de la extrema derecha en el país.
Antes del siglo XXI, estos grupos infiltrados eran conocidos como “porros”, conformados por jóvenes de escasos recursos que eran reclutados para fungir como arietes contra las protestas, rompehuelgas, golpeadores protegidos por la impunidad y la corrupción de las autoridades (universitarias y del gobierno), que regularmente se mantenían activos en barras de aficionados deportivos, donde hacían (y siguen haciendo) de la violencia su forma de vida, extasiados por drogas y alcohol. Pero ahora, se han mimetizado en los llamados “bloques negros” (que también están presentes entre los movimientos feministas), y que son grupos radicalizados que suelen enfrentar la violencia del Estado con más violencia, pero con claros fines políticos; es decir, su actuar suele representar el último recurso a que se han visto obligados a acceder ante la indiferencia de las autoridades, o bien su complicidad con el crimen organizado, como lo fue la desaparición de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa en 2014.
De esta forma, los infiltrados en los bloques negros conducen las acciones de la protesta hacia el saqueo y el vandalismo sin sentido (aparente), de ahí la carencia de contenido político de su actuar y lo reprobable de su proceder, no porque asalten tiendas de conveniencia y autoservicio, cuyos dueños pertenecen a las clases burguesas y empresariales cómplices de las permanentes crisis del país, sino porque dichos saqueos contribuyen a criminalizar la protesta y a desvirtuar las legítimas movilizaciones sociales. Lo mismo ocurre con sus agresiones en contra de las “fuerzas del orden público”, los policías y el cuerpo de granaderos, quienes históricamente han sido represores de todos los movimientos sociales, no sólo en el país, sino en toda América Latina, esto por mandato del gran capital nacional y extranjero. Pero son justo sus actos de transgresión y violencia los que cubren los medios de comunicación masiva, más no el mitin y el discurso final de las movilizaciones. Ahí se articula parte de su función en estas conmemoraciones.

Fotos: marcha del 2 de octubre de 2025, fuente N+
Ciertamente hace falta radicalidad en la izquierda partidista en América Latina, como ya lo han señalado analistas como Juan Carlos Monedero, pero esa radicalidad ya la vienen reproduciendo los movimientos indígenas como los únicos que se han atrevido a imaginar el fin del capitalismo y proponer alternativas como las democracias radicales, “un mundo donde quepan muchos mundos” y el “gobernar obedeciendo”, que las comunidades indígenas tzeltales, zotziles, choles y tojolabales agrupadas en el movimiento zapatista de Chiapas, han planteado de sus filosofías ancestrales y pensamiento revolucionario; esta radicalidad se ha experimentado en los movimientos feministas con su “ternura radical”, su “sororidad” y su crítica hacia el heteropatriarcado; y en los movimientos en defensa del territorio y en contra del extractivismo, que enfrentan a los intereses más peligrosos del gran capital internacional, los que suelen infiltrar y financiar grupos del crimen organizado en las regiones donde están los recursos naturales que codician, para desplazar a sus habitantes y despoblarlas.
Otro aspecto relevante de la reciente movilización estudiantil de este año de 2025 fue el ataque dirigido contra el Museo-Memorial del 68, del Centro Cultural Universitario Tlatelolco, de la propia UNAM, donde se resguarda precisamente una parte de la memoria histórica de los trágicos sucesos de 1968, y cuya función ha sido desde su fundación en 2007, enseñar a estudiantes de todos los niveles y al público en general, la trascendencia social, política y cultural del movimiento estudiantil de 1968, así como no permitir que se pierdan sus significados y simbolismos. Esta destrucción sin sentido deja ver el nivel de infiltración que se está desarrollando en estas movilizaciones que han sido clave en el desarrollo de la cultura política del activismo estudiantil y de otros movimientos sociales; razón por la cual debemos estar muy alertas para contrarrestar este tipo de acciones promovidas por las derechas radicalizadas.

Fotos: marcha del 2 de octubre de 2025, fuente N+
(Foto: Daniel Augusto / Cuartoscuro )
Fuentes consultadas
Gaceta UNAM (s/f). 1968. “El año que cambió a México”. Web. https://www.gaceta.unam.mx/especial-68/
Jurado Z. Israel y Miguel A. Ramírez Z., coords. (2025). Genealogía y fuentes para el estudio crítico de los movimientos estudiantiles mexicanos. México: PUEDJS-UNAM. https://puedjs.unam.mx/activismo_estudiantil/publicaciones/
N+ (octubre 2, 2025). “En Fotos, la Marcha del 2 de Octubre Hoy en CDMX: Destrozos, Enfrentamientos y Cohetones”. N+. https://www.nmas.com.mx/ciudad-de-mexico/fotos-marcha-hoy-2-octubre-2025-cdmx-destrozos-pancartas-tlatelolco-no-se-olvida/
Stefanoni, Pablo (2021). ¿La rebeldía se volvió de derecha? Cómo el antiprogresismo y la anticorrección política están construyendo un nuevo sentido común (y por qué la izquierda debería tomarlos en serio). Siglo XXI Editores.
[1] Investigador C de tiempo completo del PUEDJS-UNAM. Coordinador Editorial de Revista Tlatelolco. Es sociólogo egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS-UNAM), maestro en Estudios Mesoamericanos (UNAM), y doctor en Historia y Etnohistoria por la ENAH. Miembro de la Red Mexicana de Estudios de los Movimientos Sociales, y profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales desde 2014. Es Investigador nivel I del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). Correo: ij.zapata@politicas.unam.mx
