Lecciones desde miradas subalternas
Por: Israel Jurado Zapata[1]
Las visiones hegemónicas sobre el mundo y su acontecer histórico, sobre la democracia y la justicia, sobre el derecho y la organización social, han tratado de permear el imaginario colectivo y el discurso social en aras de sostener un statu quo construido a partir de la acción primeramente bélica y después política y económica de las élites detrás de la maquinaria colonizadora y colonial; subsumiendo en el conveniente olvido a las voces, testimonios y visiones subalternas, disidentes, contestatarias, del sur global. Tal es el caso del discurso en torno al llamado “descubrimiento” de las Américas. A finales de la década de 1980 el mundo se preparaba para la “celebración” de los 500 años del descubrimiento (o mejor dicho, del encubrimiento del indio, de la invención de América, como ya lo problematizó Enrique Dussel en: 1492 El encubrimiento del Otro, del saqueo y el genocidio).
Occidente se vestía de gala y se regocijaba con discursos grandilocuentes sobre la “hazaña” colombina, cuya resonancia entre las élites latinoamericanas, justificaba su actual posición dominante y privilegiada, y la desgracia de los indios por ser los “derrotados” de esa historia. Pero los indígenas no estaban de acuerdo con esa versión, con el discurso colonial, y aprovecharon la conmemoración para dar eco a sus protestas y visibilizar su resistencia que privilegiaba la memoria para recordar quinientos años de opresión. Así contrastaron dos visiones del descubrimiento: la hegemónica que le justificaba como proceso heroico y civilizatorio que encubría las atrocidades de la colonización y la subalterna que cuestionaba principalmente a los sistemas políticos derivados de ésta, incluyendo al actual Estado nacional moderno de finales del siglo XX.
Desde estos principios y habiendo heredado las tradiciones de lucha del movimiento indígena reactivado en México durante las décadas de los 70 y 80, un grupo de indígenas tzeltales, zotziles y tojolabales (del grupo lingüístico mayence), entre otros no indígenas habitantes de la serranía de los Altos de Chiapas, en la entidad más empobrecida del país, fraguaron un levantamiento armado en contra del colonialismo interno que tenía no sólo a esa entidad, sino al país entero sumergido en terribles contrastes entre los más pobres y las clases privilegiadas, entre otros lacerantes sociales causados por el sistema económico de explotación y profundizado por las políticas neoliberales.
La insurrección coincidiría con el año de 1992 “como acto simbólico de rebeldía” (en los 500 años del “descubrimiento”), pero finalmente se optó por aplazarlo hasta 1994 (año de la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio con América del Norte),[2] cimbrando igualmente a la sociedad nacional y visibilizando la desgracia de los indígenas en su relación con la sociedad dominante y con un Estado indiferente. Desde entonces, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (por sus siglas EZLN) se ha convertido en referente nacional e internacional de resistencia y dignidad, pues abrieron el debate sobre las injusticias del sistema de explotación, la responsabilidad de la clase política y la complicidad de las clases empresariales y las oligarquías. También fueron ejemplo de autonomía y erradicación de los lacerantes sociales como el alcoholismo y la drogadicción, con que ese sistema mantenía abyecta a la población más expoliada; y fueron ejemplo de educación libertaria rompiendo modelos hegemónicos despolitizadores.
Las mujeres indígenas zapatistas organizaron sus propios congresos donde subvirtieron el tradicional patriarcal a través de la aplicación de propuestas disruptivas y crítica profunda a la realidad, visibilizando la triple opresión que padecían las indígenas por mujeres, pobres y precisamente indígenas. Su movimiento alcanzaría una fuerza inusitada de la mano de la comandanta insurgente Ramona, la comandanta Susana y de la comandanta insurgente Esther, entre muchas otras actoras en la dirigencia y en las bases, logrando impulsar un movimiento indígena “mixto” para la descolonización del territorio y de la sociedad.[3]
Gracias a todos estos antecedentes, cuando se aproximaba el año de 2021 y con él la otra “gran conmemoración” para los dueños del poder, la “Conquista de México” (históricamente reducida a un par de años que van de 1519 a 1521 y a la caída de un imperio considerado sanguinario por los propios zapatistas), encubriendo nuevamente lo que fue en realidad un proceso largo e inacabado;[4] el Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, emitió un comunicado (5 de octubre del 2020)[5] para expresar los fundamentos de una nueva movilización indígena que ahora se proyectaba hacia la defensa del planeta y de la humanidad misma. Se trataba de la “Gira por la Vida” que además encerraba otro mensaje: la resignificación del concepto mismo del choque de culturas, y de la derrota o conquista de los indígenas, por el encuentro intercultural desde la horizontalidad y la fraternidad, el diálogo y el intercambio recíproco entre saberes y experiencias de lucha en protección de la vida.
Ahora eran los indígenas yendo a “descubrir” Europa quienes darían la pauta para demostrar al planeta entero que otro mundo alternativo al desastre actual es posible. Se trataba de la respuesta indígena a un mundo enfermo en su vida social “[…] bajo la opresión de un sistema dispuesto a todo para saciar su sed de ganancias […] La aberración del sistema y su estúpida defensa del ‘progreso’ y la ‘modernidad’…”[6] Es el punto más bajo de la crisis global provocada por el sistema de dominación capitalista y neoliberal, el sistema de los feminicidios, evolución natural de un régimen de dominación mundial cuyas prácticas se habían centrado en la persecución y el asesinato de hombres y mujeres por el color de su piel, su raza, su cultura o sus creencias.[7]
Aquí, el reconocer que nada parece importar al mundo de los dominadores, ni la vida misma, resulta de central importancia para conocer las causas de la desgracia global actual. Pero, en reciprocidad a quienes superaron fronteras y distancias, para construir los encuentros (de mujeres principalmente) en las montañas del sureste mexicano y que convocaron los zapatistas para poner en práctica la fraternidad, y dejar establecido que “todos los mundos del mundo encontraron, y encuentran, oído” en los corazones zapatistas;[8] se alimentó entonces la idea del “corazón colectivo” que permitió la llegada del tiempo en que las y los zapatistas “pudiesen corresponder al oído, la palabra y la presencia de esos mundos. Los cercanos y los lejanos en geografía.”[9]
Los indígenas insurgentes recalcaron que: “si los de arriba rompen los puentes y cierran las fronteras, queda navegar ríos y mares para encontrarnos” (para demostrar que no hay sistema de opresión que pueda acallar la dignidad de la resistencia); razón por la que decidieron: “Que diversas delegaciones zapatistas, hombres, mujeres y otroas del color de nuestra tierra, saldremos a recorrer el mundo, caminaremos o navegaremos hasta suelos, mares y cielos remotos, buscando no la diferencia, no la superioridad, no la afrenta, mucho menos el perdón y la lástima”,[10] buscando el encuentro entre los de abajo. Y como primer punto de destino de este “viaje planetario” fue elegido el “continente europeo”, al cual arribaron a mediados de junio (puerto de Vigo en Galicia), para de allí, recorrer los “rincones de la Europa de abajo y a la izquierda”, y estar en Madrid el 13 de agosto “500 años después de la supuesta conquista”.[11] Y como primer mensaje para los pueblos de España: “‘Que no nos conquistaron.’ ‘Que seguimos en resistencia y rebeldía.’ Y ‘Que no tienen por qué pedir que les perdonemos nada.’”[12] Cabe agregar que, a 20 años de la “Marcha del Color de la Tierra”, realizada con los pueblos hermanos del Congreso Nacional Indígena, donde se reclamó “[…] un lugar en esta Nación que ahora se desmorona. 20 años después navegaremos y caminaremos para decirle al planeta que, en el mundo que sentimos en nuestro corazón colectivo, hay lugar para todas, todos, todoas. Simple y sencillamente porque ese mundo sólo es posible si todas, todos, todoas, luchamos por levantarlo.[13]
[1] Investigador posdoctoral del Programa Universitario de Estudios sobre Democracia, Justicia y Sociedad de la UNAM, y profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, y de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM.
[2] Michael Löwy, “El Pensamiento Colonial”, Tla-Melaua, revista de Ciencias Sociales. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Nueva Época 10, no. 40 (abril/septiembre de 2016): 208-210. Del libro de Fernando Matamoros, El pensamiento colonial. Descubrimiento, conquista y “guerra de los dioses en México”, México: BUAP – Universidad Veracruzana, 2015, 652 pp.
[3] Gisela Espinosa Damián, “Feminismo popular. Tensiones e intersecciones entre el género y la clase”, en Un fantasma recorre el siglo. Luchas feministas en México 1910-2010, coordinado por Gisela Espinosa Damián y Ana Lau Jaiven, 275-306 (México: UAM-Colegio de la Frontera Sur, 2013), 288.
[4] Enrique Zemo, “La conquista, catástrofe de los pueblos originarios”, Siglo XXI Editores-Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México, México: (2 volúmenes), 2019.
[5] “Sexta parte: UNA MONTAÑA EN ALTA MAR”, Enlace Zapatista, 05 de octubre de 2020, http://enlacezapatista.ezln.org.mx/2020/10/05/sexta-parte-una-montana-en-alta-mar/
[6] Ibid.
[7] Ibid.
[8] Ibid.
[9] Ibid.
[10] Ibid.
[11] Ibid.
[12] Ibid.
[13] Ibid.
Foto: AFP Español